jueves, 18 de marzo de 2010


¿Hay alguien allí afuera?
¿Hay alguien allí afuera?
Que esta tocando mi puerta y no deja de hacerlo.
¿Hay alguien allí afuera?
Que esta tocando mi puerta y no me deja dormir.
¿Hay alguien allí afuera?
Imitando un redoblante oxidado marchando sin opción a la batalla.
-Toc, Toc, Toc- ¿Hay alguien allí afuera?

¿Quizás viniste por mí? ¿Quizás decidiste volver?
Viejos pensamientos bailando sobre neuronas viejas, así lo llamo yo.
¿Porque he de abrir la puerta, si allí hace frio y yo ya lo eh sufrido?
Debe ser otra de tus fantasías la que esta tocando mi puerta, acechando mi hogar, interrumpiendo mi sueño y tranquilidad.
Esas que no pueden ver, haciendo luces para buscar una posible pareja sexual, bien jugaron con mi corazón y fusilaron mi cabeza.

- ¿Hay alguien allí afuera? -
Nadie contesta, sin embargo siguen golpeando.
Sonando unas cuerdas, un fondo musical, totalmente maquiavélico.
El deslice de dedos masculinos sobre cuerdas tibias de carne. Tibias de necesidad.
- ¿Hay alguien allí afuera? -
Siguen golpeando.

Me acerco a la puerta, apoyando ambas manos. Intentando así saber que se esconde tras la delgada madera importada.
Huele a amapolas. A miedo.
Distingo destellos de luz eléctrica por debajo de la puerta. Y por la cerradura cruzan gusanos, que terminan retorciéndose en el suelo.
Se me viene un recuerdo a la mente. Un viejo libro que leí, no recuerdo su nombre.
- Toc, Toc, Toc -
Descuelgo y me pongo de manera desordenada mi saco negro y apolillado.
Apago la T.V.
Me paso la mano por mi cabello rubio para así acomodarme mi sombrero favorito.
Prendo un cigarro y a apoyo la mano en el frio picaporte de la entrada.
Ese que se había congelado en el último invierno.
Ya recordé el nombre del libro.
Gire el picaporte y abrí despacio la puerta mirando por un pequeño espacio hacia el cielo.
Llovía a más no poder.
Y me atreví a decir:

- Me ah levantado del sillón -

Empapado allí afuera, estaba El. Con su oscuro saco apolillado y mojado.
Sus labios parecían temblar, por el frio, mientras le daba la última pitada a su cigarro.
Lo deja caer al piso, graciosamente, lo apaga de una suave pisada. Había marcado mi parquet.
Quitándose el sombrero y sacudiéndose sus rubios cabellos, dice:

- Disculpe, no quería molestarlo. Eh tocado en las demás casa, pero nadie contesta. Gracias por no dejarme afuera -

Y sin dudarlo entra, me esquiva y cuelga el saco en el perchero de entrada.
Me mira desde dentro y me dice:

- Allí esta mi bote. Lléveselo, afuera lo espera un mar de penas y leyendas -
- Siempre lo mismo – Respondo con naturalidad.

Me entrega su sombrero y yo le doy el mío.
La lluvia se empeña en pisarme como a una desagradable cucaracha o uno de esos insectos que nadie quiere en su casa.
El visitante prende la T.V. y se sienta en su sillón.

Debería volver a leer ese libro.
Termino de cerrar la puerta, doy una gran pitada a mi cigarro, y me dirijo vagamente a mi bote.

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